Con la llegada del siglo XXI avanzamos hacia un mundo rápido y acelerado. Tan rápido y tan acelerado, que todo lo que hacemos va resumiéndose y simplificándose hasta la máxima expresión. La gente abandona los blogs para abrazarse a Twitter, la comunicación se hace más breve y las aplicaciones de la ciencia se convierten en algo perfecto cuando son brevísimas. No queremos razonar, no queremos sentarnos a pensar en lo que hacemos, no, lo que queremos son respuestas rápidas a los problemas, y que por favor no nos pidan dedicarle más de cinco minutos. No es de extrañar que con esto proliferen cientos de «terapias brevísimas», asociaciones de expertos que mejoran nuestras vidas, coloquios con gente que mezcla budismo barato y proactividad, o, incluso, escuelas espirituales que enganchan a la gente.
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